Un compañero mío [de Raymond Smullyan] de la Universidad de Chicago tenía dos hermanos, uno de seis y otro de ocho años. Yo iba frecuentemente por su casa y muchas veces les hacía juegos de magia a los niños. Un día llegué y les dije: "Tengo un truco con el que os puedo convertir a los dos en leones". Con gran sorpresa por mi parte, uno de ellos saltó: "Vale, conviértenos en leones.". "Bueno, es que, la verdad.., es que ..., bueno, no lo puedo hacer porque luego no podría volver a convertiros en niños". Pero el pequeño me contestó: "Que más da, quiero que nos conviertas en leones de todas formas". "No, de verdad que no hay ninguna forma de desconvertiros después". El mayor me gritó: "¡Quiero que nos conviertas en leones!" a la vez que el pequeño me preguntaba: "¿Y cómo haces para convertirnos en leones?". "Ah, pues, pronunciando las palabras mágicas.". "¿Y cuáles son?, dínoslas". "Para decíroslas tendría que pronunciarlas y entonces os convertiríais en leones". Se quedaron pensando un momento, y luego uno de ellos me preguntó: "Pero, ¿no hay otras palabras mágicas que sirvan para desconvertir?"."Sí, claro que las hay, pero lo que pasa es que si digo las primeras palabras mágicas, os convertiríais en leones, pero no sólo vosotros sino todo el mundo, incluido yo, y como los leones no saben hablar, no quedaría nadie en el mundo que pudiera decir las otras palabras mágicas para desconvertirnos". El mayor dijo rápidamente: "pues escríbelas". Pero el pequeño dijo: "Jo, yo no sé leer". "No, no, lo de escribirlas es totalmente imposible, porque incluso escritas convertirían a todo el mundo en león". Me miraron y dijeron: "Ah".
Una semana después me encontré con el de ocho años y me dijo: "Smullyan, ¿sabes qué?, quiero preguntarte una cosa que estoy pensando hace mucho tiempo". "¿El qué?", le dije. "¿Oye, y cómo hiciste tú para aprender las palabras mágicas?".
(de la obra ¿Cómo se llama este libro? de Raymond Smullyan)
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